Segunda vez que te escribo, estimada mía.
Han sido tan
repetidas las veces que hemos conversado, en mi mente, nos decimos tanto… Como
ahora, que te he dicho; -ha sido él quien me presentó tu casa, tus jardines,
tus paredes, tu cocina, tus libros, bocetos, cuadros, tu estante, tus muebles,
tu espacio, cama, sábanas, pinturas, pinceles y corsés, silla y vestidos,
jardines, pirámide y hojas… -. Esas hojas que junto a Diego, te acompañaron.
Hasta a Gringolandia me ha presentado, no tuve tu misma
vista, aunque sí el feto que ambas conocimos. Te entiendo! Me pregunto, qué
pensarás de la Monroe?
Mi corazón late tan fuerte, de cruzadas piernas me tiene. Al
menos no es de rodillas, aunque de vez en cuando hincarse, mal no viene. Muchas
veces estar rodilla en tierra obedece a respeto, un respeto que ofrenda
satisfacción.
¿Cuántas mujeres le habrás conocido a Diego?
¿Cuántos hombres tuviste mientras afianzabas, más y más, tu
amor Rivera?
¿Cuánto quisiste darle un hijo?
Leer tu concepción de los colores me hizo apreciar toda
literatura contenida en tus pinceles, qué fascinante hacer terapia tu pasión,
tienes la capacidad de hablar con tus demonios en forma de cuervo y ángeles de
verde plumaje que en tu hombro reposan, siempre.
Sonrío.
El regalo que más aprecio son los paisajes!
Monroe, ¿Alguna vez te has visto a través de los ojos de otra en quien te has convertido?
ResponderEliminar¡Espectacular! Pues los pensares son también paisajes puedo ahora creer.
ResponderEliminar