Esta maldición del demonio me tortura manteniéndome virgen. Nada deseo más que me haga suya, hacerlo mío, sentirle dentro. Husmear cada noche ha sido placer y herida. Escucho gemidos desenfrenados de amantes que se entregan, palpito de deseo, los dedos se adentran, el sexo les engulle, casi siempre me vengo al oír los jadeos mientras me aprieto, mientras las ganas de ser yo la que lame hasta quedar con la boca seca o, mejor aún ¡Llena!, me torturan.
¿Por qué no podía tener uno, uno mío para dañarle cada vez que lo pida, para decirle hasta el fondo, hasta bien adentro donde los cuerpos se vuelven uno? A pesar de la belleza, ninguno fue capaz de pedirme, él me maldijo y sólo tengo un camino: ¡Pactar! Hacer lo que me pide.
Asesiné a mi padre, lo maté por cojerla. Ella me hizo odiarla por ser su mujer, por eso también la dejé sin vida como a cada uno de mis hermanos. Cumplí con mi parte del trato; les maté como lo ordenó, ahora es el turno de hacer su parte; darme al hombre, uno que cual León venga; imponente y seguro de su fuerza, de su poder.
¿Pero qué me dio? Un violín, sí... ¡Un violín! ¿Qué jugada es esta? ¿Cómo se atreve a darme esto cuando lo que me ofreció fue un hombre, uno que necesite mi cuerpo, que me mire y se encienda el deseo, que me apriete fuerte y gritemos de placer, que muerda mi cuello y se pasee por mis nalgas tan descaradamente que no haga más que tenerme rendida ante su falo, ahogando la devoción con cada gota de sus fluidos en mi boca ¡Sólo para mí!
Tomé el violín, creyendo una vez más en él. Me dijo que al tocarlo con gran pasión tendría lo que anhelo... Así fue, mis manos acariciaron las cuerdas, temerosas fuese otra treta de Lucifer, pero al sentir su vibrante sonido mi entrepierna latió al unísono y allí apareció; tenía ante mis ojos a un gitano como ningún otro, uno que me desnudó al recorrerme con su mirada. Nada quería más que besarle, enredar mi lengua a la suya, morderle, explorar su boca, halar su cabello, pero no podía soltar el violín, tiré el arco para sentir las cuerdas, apretarlas como quería hacerlo con todo él.
Su mirada se posó en mí, me perdí, me sujetó y a un lado quedó la música. Su fuerza apenas apretó mi pecho; divino sentir como los amasaba, como intentaba unirlos mientras endurecido lo restregaba, la ropa comenzó a sobrar. Me volteó y al estar frente a frente sus dedos entraron bajo la falda, ahora me tocaba con la misma pasión que yo al violín, todo era fuego y sucumbí, final y felizmente ante su falo que ahora era mío, lo lamí, caliente hasta el fondo de mi garganta lo metió mientras templaba mi cabello, la boca hecha agua de placer recorría cada centímetro solo para mí, lo devoré hasta que la última gota se perdió entre gritos y furia. Tragarlo fue la recompensa a tantos años de soledad.
Al terminar, el codicioso nos observaba, deseaba esa pasión gitana para sí, vi como sus ojos enardecidos clamaban nuestra muerte y antes de darle el placer de acabar con mi vida y la de mi amante, decidí asesinarle, mi amor, mi León debía morir y yo con él.
¡Husmear cada noche ha sido placer y herida! me gusta esa frase, una prosa bastante atrevida pero estimulante a la vez. Por cierto esa frase que cito de tu escrito, se parece mucho a una realidad de la que no he logrado escapar, no porque precisamente practique el husmear a las personas, sino mas bien ser un poco la victima... jajajaja... en fin Las garrapatas me siguen fastidiando la vida, y eso que me baño a diario... si conocés algún buen remedio contra eso... contra las garrapatas... aviseme: microteknica@gmail.com ¡éxitos!
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