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Una madrugada más, una repleta de letras que entran y salen sin interrupción ni barreras, como encuentro de amantes. Letras que disfrutan ser ordenadas por vicio y desmadradas por placer, algunas santurronas y otras herejes; mías, tuyas también.
Ahí está meneando el interior del caldero para la cocción de emociones. Le pone un poco de uno y otro recuerdo danzante, una pizca de realidad y un tanto de ilusión con una cucharadita de noséqué; ambas al mismo tiempo para que se amalgamen genuinas mientras con la paleta dibuja el espiral que tan parecido es a la vida, esa que nada es sin la muerte y viceversa. Ellas son un perfecto matrimonio; respetándose el espacio y su momento de ser sin la dramática presencia del ego.
Ahí está saboreando la mezcla, chupa su dedo y sabe que aún no está, no le importa acelerar el proceso porque mientras algo es sin que finalice, no ha muerto y sigue siendo. Alberga la esperanza de tener más tiempo para hacerle llegar al punto que desea o quemarse y perecer en el desagüe junto a algunas lágrimas que son más densas que el aceite, como expresan las hinchadas migajas.
Ahí está jugando a la supremacía pretendiendo controlar al tiempo a fuego lento para continuar incorporando pizcas de esto y aquello para seguir moviendo el universo en el caldero.
Ahí está su cuerpo paralizado, mirando la llama tenue con la paleta goteando vida y la mente suspendida en el eco del silencio.
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