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TRANSGRESIONES



          Me gusta escribirte, me disfruto cada instante en el que vuelvo reflexivos a los transitivos, quizás porque me retuerce el principio de lo individual al no requerir un complemento para definirme o también puede que el autoconocimiento sea una invitación constante a hacer y recibir, directo y de inmediato, la propia acción que ejerzo. 


          La naturaleza flexible de algunos generosos reflexivos, que pueden usar o no al pronombre en correspondencia y armonía con determinado sujeto, para transformar su esencia es tan admirable que me hace pensar en la filantropía (no la que se escribe en la bio de redes sociales sino la que nace desde la empatía y se realiza en la acción cotidiana); habla de la incuestionable capacidad (o necesidad) de adaptación a través de la versatilidad haciendo magia con el poder para dirigir conscientemente la propia forma, eso sí; con el respaldo del derecho a decidir, algo así como quien actúa de manera regular para respetar la capacidad del entorno mimetizándose sin la presunción de cambiarle sino con la fascinación de observarle y deducir, como científico que extrae, una verdad particular a partir del principio general que produce genuino interés; tan primitivo y complejo como el libre pensamiento de un niño, que aún no ha sido presa del dogma que dicta el sistema y en su exploración se adapta desde el instinto, siendo leal a sí mismo y a su preservación, así obra el reflexivo.


          En esta dicha por escribirte me regodeo al ultrajar la norma, retándome a transformar, según convenga y honrando al hedonismo, aquello que la imaginación me permite crear, es decir, todo. Tan autónoma en mi lengua y mis deseos más profundos como, por ejemplo, trascender gracias a la palabra franca, esa que vibra en consecuencia de la intención de crear realidades siendo, estando e incluso pareciendo porque estos últimos tres no son reflexivos ni transitivos sino copulativos; tan fundamentales como las connotaciones de su propia naturaleza artífice de la humanidad pero una humanidad que sea adjetivo más que sustantivo porque para ser sustantivo sólo hay que copular pero para ser adjetivo es preciso reflexionar y justo ahí nace este acto visceral de transformar lo transitivo en reflexivo sin necesidad de copulación porque es necesario verse, evaluarse, reconocerse y reprogramarse para asumir con devoción a un determinado verbo modal; de los cuales, en particular prefiero al saber antes que al deber porque el primero, además de seducir, ofrenda tácitamente el poder de la consciencia plena a través de la experiencia mientras que el segundo doblega tu voluntad, limita tu decisión y caes en la trampa de la norma de la obediencia y sumisión ya que te deja sin la libertad para elegir conocer/me/te/se/nos/os/.


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